martes, 13 de abril de 2010

Las tinieblas (juego de niños)

Lucas celebraba su décimo cumpleaños, pero la lluvia había fastidiado su fiesta. Su familia era adinerada y ése año habían comprado una mansión en un complejo de urbanizaciones alejado de la ciudad. Un complejo de urbanizaciones que podría ser este.


En realidad aquella casa les había salido baratísima por un lamentable accidente: la hija del constructor, en una de las visitas a la obra, había resbalado y se había matado por la caída. La casa se acabó a toda prisa, obviando los planos iniciales. Todo aquello había quedado en secreto pues los padres de Lucas no quisieron crearle miedos al niño contándole el suceso.


Acabada la merienda, los niños quisieron ir a jugar. Como la lluvia no amainaba los adultos les permitieron jugar en casa. Pasaron un rato con los juguetes, pero pronto se aburrieron y pensaron encerrarse en el sótano para jugar a las tinieblas.


Lucas se negó a ser el primero en buscar porque era su fiesta. Así que apagaron las luces y, en silencio, los niños huyeron por la oscuridad. Uno a uno encontraron su escondite, y antes de que su amigo exclamara “¡diez!”, Lucas estaba solo. Se movió con la espalda pegada a la pared, tan sigiloso que podía escuchar su corazón. Entonces encontró una esquina, y se disponía a esconderse en ella cuando se percató de que estaba ocupada.

Ana, la única niña que había invitado, había encontrado el lugar antes. Tiró de él y lo sentó a su lado. “Si nos encuentran, pagas tú” le dijo. Lucas no estaba de acuerdo, pero no podía hacer nada. Al fin y al cabo, Ana le cedía su escondite.


Oyeron los pasos en la oscuridad. Los niños se encogieron. Cada vez estaba más cerca. Sentían cómo el muchacho pasaba la mano por la pared. Entonces Ana movió el brazo del cumpleañero para que llamase la atención del buscador.

- ¡Estás aquí! –el muchacho palpó la ropa de Lucas- ¡Eres Lucas!

Encendieron las luces y Lucas, muy enfadado, se fue cara a la pared. Las apagó y empezó a contar. Sólo pensaba en vengarse de Ana.

- Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. ¡Voy!

Lucas aguzó el oído y tanteó en la pared. Parecía que no había nadie, pero sabía que cuatro niños más estaban escondidos. ¿Detrás de las cortinas? ¿Junto a la lavadora? ¿En el armario de las herramientas?


Se dirigió al garaje, separado de las otras habitaciones por una puerta abierta. Entonces percibió el movimiento: unos pasos apresurados junto al coche. Lucas sonrió de júbilo y se agachó. La rendija de la pesada puerta de hierro iluminaba una franja de suelo, y sobre éste vio con claridad dos zapatitos de niña, dos pies inquietos. Volvió a ponerse en pie y avanzó en la tiniebla. Rodeó el coche sigilosamente, y entonces tropezó con alguien. Bajó la mano y tocó los cabellos de niña, palpó la piel suave de su carita. Llenó sus pulmones con orgullo y gritó:


- ¡Eres Ana!



Se encendieron las luces. Lucas quedó aterrorizado. Ana lo miraba desde lejos, aún escondida en el armario de las herramientas.

1 comentario:

  1. Joder, me has metido el miedo en el cuerpo.

    Me acuerdo cuando de pequeño jugaba a las tinieblas... no me habría hecho gracia encontrarme con un fantasma de por medio :S

    Un saludo y hasta otra.

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