sábado, 13 de noviembre de 2010

Scuba-girl

a B. le gustaba mucho bucear. Bajaba del coche y, a toda prisa, se quitaba la ropa para quedarse en bañador. No se quedaba nunca mirando la costa antes de zambullirse, éso para después, cuando estuviera agotada y húmeda secándose al sol y pudiera valorar la playa habiéndola conocido. Muchas veces no se ponía ni siquiera las gafas o el tubo, porque había descubierto que la sal sólo te molesta en los ojos cuando sales del agua. Cuando estás dentro es como la bañera, pero más grande.

A B. le fascinaba cómo se filtraban los rayos de sol desde la superficie hacia el fondo, cómo bailaba la luz entre el agua. Solía quedarse embobada mirando hacia arriba, suspendida unos metros bajo las olas, o bailaba ella también allá abajo, entre los peces de colores, entre las rocas y el coral. Veía ondularse y estirarse su pelo que se hacía pelirrojo en aquella atmósfera subacuática.

En los mares del Caribe jugó al tetris entre veintenas de medusas rojas, esquivando y amoldando su cuerpo al lento ir y venir de sus tentáculos, saliendo ilesa y feliz mientras que los más inexpertos (sobre todo ésos pobrecitos turistas ingleses que lo único que saben del mar es que está mojado) se llevaban las picaduras. Sonreía mirando sus culos urticados mientras acariciaba con las manos desnudas las algas multicolores y hacía túneles entre los bancos de peces, que se apartaban a su paso porque era demasiado rara para ser uno de ellos.

Pero lo que más le gustaba a B. era explorar las cuevas que encontraba entre los escollos. A veces encontraba tesoros de concha y piedra, vidrios que parecían joyas, o algún objeto perdido besado por los peces. Las cuevas eran peligrosas, y era muy consciente de ello. Porque allí, en la oscuridad, vivían los predadores. Solían esconderse cerca de los tesoros, o al final de una cueva majestuosa. B. había aprendido a cuidarse de ellos, así que en cuanto intuye una forma parecida a sus morros llenos de dientes sale huyendo, olvidándose los tesoros, los peces de colores y los sueños.

Cuando sale del agua puede verse la gran cicatriz de un mordisco de tiburón en el lado izquierdo de su pecho, que el agua de mar curó pero que sigue doliendo en invierno.

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