sábado, 15 de enero de 2011

Atrás en el camino

Al mirar atrás en el camino, he descubierto una penumbra que se difumina. Ocupa la senda por la que he andado, y guarda un corazón negro, un abismo, en su centro. Un centro que yo, ataviada sólo con la ropa interior y unas chanclas en las manos, logré atravesar -y salir-.

Recuerdo que en ésa época confié en palabras envenenadas, tomé manos de enemigos, y olvidé aliados. Recuerdo que bebí de la copa guardada específicamente para mí, el brebaje de belladona y ricina. Y ni siquiera pude darme cuenta de nada hasta que caí con el cuchillo clavado, el estómago destrozado y un espasmo en el corazón.

En ésos tiempos me convertí en oscuridad, en sombra, en nada. Me limitaba a ver pasar el sol y la luna a través de las rejas de la celda, de mi clase. Allí dentro me sentía comida por las fieras, que olían mi miedo y mordían tan fuerte que al final me convertí en una de ellas, me convertí en un felino ciego que mordía y arañaba a todo lo que se acercase. Con una intención: matar, dañar. Una pantera con un apetito voraz de hacer daño y quererse un poco a sí misma. Como una pantera llena de heridas que duelen tanto que no se deja llevar al veterinario.

Mi particular infierno y la oscuridad del camino, unidos a los años que tenía, hicieron que me tornara un ser silencioso y vacío, una niebla que pasaba por los pasillos de aquél instituto. Quería, ante todo, pasar desapercibida y ser olvidada. Empecé a vestir el negro, a alejarme cada día más del mundo. Mi arrogancia creció hasta límites insospechados, mi soberbia se retroalimentaba con cada risa, cada palabra hiriente, cada risotada de hiena. Porque éso erais, hienas. Hienas en busca de carroña y peste.

Desde el grupo de marujas cotillas, con su doble moral y sus lenguas viperinas. Todos los días llevaban perlas en las orejas, vestían de Tous, Hilfiger y Burberry, y tenían una extraña pinta parecida a sus madres. Y no es por juzgar las apariencias, es que realmente eran señoras franquistas con pocos años, ése tipo de vecinas que nadie quiere tener...

Pero no quiero nombrar a nadie, no quiero pensar en eso. De primeras, porque mi cerebro ha olvidado todo menos el suelo de la clase, lo que siempre miraba. De segundas, porque si algo he aprendido es que cada uno es como es y que de nada sirve criticar lo ajeno, sólo hacer daño gratuito, y no pienso hacerlo. Que ya sé lo que duele eso. Puede que fueran celos, puede que fuera miedo a lo distinto, incomprensión o simple estupidez. Pero no me corresponde a mí juzgar ahora tras estos años.

A lo que iba, que me vacié por dentro y no tenía en consideración más que a mí misma. Y todo me importaba un pito, y lloraba en la cama por las personas que había perdido, y empecé a ver en blanco y negro. Me acuerdo que me limitaba a hacer lo que quería en cada momento, me limitaba a usar a las personas antes de que ellas me usaran a mí. Si se me acercaba un chico y quería lío, no tenía problema hasta que me hastiara su conversación y entonces simplemente me marchaba "adiós muy buenas, si acaso ya eso". Alguno que otro se lo merecía, y me da risa acordarme de los tíos que se creían buenorros y a los que dejaba tirados en mitad de la calle.

Que a mí "no me iban a domar, que soy un animal salvaje y no pienso sufrir por nadie, que sufran ellos por mí antes". Eso pensaba, había perdido la fe en la raza humana y ningún chico me atraía más que para un beso. ¿Y por ése beso yo ya era una puta? Pues muy bien, pero luego ellas ponían los tochos a sus novios con sus mejores amigos y no pasaba nada. La verdad ésa palabra me traía al pairo, dolían más otras cosas.

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¿que por qué me ha dado por recordar esto? Ayer vi a la madre de un compañero de clase, y me preguntó si no había visto a su hijo desde que salimos del colegio, por qué no acudíamos casi gente a las cenas de clase... ¿y qué iba a contestarle yo? Que su hijo fue víctima de mi vacío, que de ésa gente no quiero saber nada?? No, gracias. Eso me lo reservo para el blog.
Simplemente, sonreí, y la vi marchar.

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