Imagínate que estás, como de niña, subida en el columpio. Y te ríes y te ríes, el mundo pasa a tu alrededor a una velocidad tremenda, todo viene y va. En tu cara está la sonrisa más grande que jamás imaginaste tener, y el viento te sopla la melena hacia atrás y hacia adelante, como una caricia de sus dedos incorpóreos.
Y entonces, por unas cosas o por otras, saltas. Y crees que vas a caer de pie, pero te pegas un tropezón y sales rodando por el suelo. Te clavas las piedras y te haces unos moratones enormes en las rodillas. Te ríes otra vez para que no te vean llorar.
Y es ahí cuando el matón imbatible de la clase aprovecha el lugar que has dejado, se sube en el columpio, y tú te quedas mirando. O cuando el columpio no se para y tienes la certeza de que, si te acercas, te pegarás con él en los morros.
Así que, cada vez que me acerco, ya tengo miedo de que me pegue en los morros.
O por detrás, que duele mucho más.
Todo son etapas y estoy segura que esa sensación se esfuará =) muá nunca dejes de intentarlo
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